El pensamiento es sábana de espejos
sin valoración de lo acontecido;
no sueño en la proyección en los días...
no hay matriz de agua en la lluvia invernal.
Los caminos no abren siembra en la noche,
son lisos, no tienen raíces ni barro,
son subterráneos de agua sin embalses,
verdor celular sin expresión.
El aire es profundo y cimbrea las células
gesta la herencia del melocotonero.
En cada hilo del surco ladra un perro,
aparece la leve luz encendida
de una niña escondida en la alacena.
.
La chimenea es ascua arrebolada,
otras fueron extintas como pozos.
Hay en el ambiente olor a tostadas,
a mantequilla blanda, derretida,
a mermelada de castañas dulces.
En un marco colgado en la cocina
laten los días, en los que la familia
entorno a una mesa, y en las mañanas,
reían y comían los fines de semana.
La luz del sol irrumpía por la puerta,
iba al último rincón de la estancia,
se detenía en una niña de luz.
No hay turbación por la fugacidad,
se ha universalizado ante la vida,
y en el cuenco que guarda la memoria
por los sabores y el café.
Me deleita la rotundidad ácida
en lengua, y en la cuna de la boca.
La no avaricia por lanzar, escupir,
el veneno que a los treinta y dos años
la torturaba, cuando las mañanas
se abrían en las paredes sin descanso,
y mis manos estaban ocupadas
en una cuna con un bebe dentro,
o buscaba protección en los brazos
de un príncipe de blando corazón
de periódico y tinta de la china.
Manuela Gómez Morgado
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