Y retorna constante la memoria,
es álabe circular que aprisiona,
es mono que golpea, se agita imparable,
que hace muecas de manos en el perfil
de una ventana quieta, enmudecida.
Me vigila detrás de los cristales,
no muerde, no chilla desde su cárcel;
me mira con maliciosa sonrisa
porque se le cayó el pelo y los dientes,
mordedura alguna puede causarme.
Las posibilidades son abiertas,
nacientes alas tomarán impulso
bajo mi balcón de espejos biselados
para emprender y andar tantos caminos...
Ando sin prisa, los día son míos.
La ciudad de piedra se abre ante mí.
La ciudad de piedras milenarias,
con fuentes y fábulas mitológicas.
De diosa y estoicos leones con carro;
del dios del mar y tridente en mano.
Madrid y sus museos abren sus puertas
para que disfrutemos de sus tesoros,
y admiremos las hermosas obras de arte
dejadas por genios de la pintura.
En mí habrá alas, no rozaré el asfalto,
buscaré los rayos sol en un banco,
extenderé los dedos de las manos
y acariciaré a cada empecinado
perro, que se acerque a olfatear mis pies.
La ciudad y sus parques proyectados
por reyes, para el placer de su casta,
y ahora de sus despistados vecinos.
Madrid y la belleza de sus calles
de disparatadas confabulaciones
en la arrinconada vida política.
Voy a la Carrera de San Jerónimo.
El Congreso de piedra aparece antes mí.
A su puerta: leones enmudecidos.
En el hemiciclo de Las Cortes:
acartonados líderes cuatreros
que nada ayudan, aportan al pueblo.
Manuela Gómez Morgado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario