sábado, 10 de septiembre de 2016

MUJER BAJO LA NOCHE






















En las primeras horas de la mañana  
y bajo el laberinto aún del sueño 
miro por mi  ventana a la calle   
donde el paisaje es embrionario y tiene  
la percepción temprana de la  infancia. 

Me deleito con un café con leche,   
placer dulce que vivifica el cuerpo... 
El agua llevada por el aire es de hilo,
es  líquida, diamanta  la piel blanca 
en el vaso que sujetan  mis manos.  

Los sorbos vertidos en mi  garganta
consolidan los días en el recinto,    
dibujan en paredes los  recuerdos.

Desvanecida la lluvia y los días,         
llevados, empujados por el viento,    
con el  velo que atenaza mi voz.   
Es músculo en los huesos del cráneo, 
en mareas  a la sombras de los ojos.   
Voy descalza, mis hombros descubiertos,
prendida una túnica desvestida,                     
de seda y descolorida en las solapas.
A mis pies, una jarapa de lana                
me protege de las losas de barro.


Navego en la corriente de los días,
en sus raíces y  jardines pintados.       
Las horas no decrece en el asfalto, 
Sí en la esencia misma  de la vida…
Sin cuestionamiento de lo vivido:
esta paz que dinamizan mis células.  

Beben en la estructura del laberinto,   
en la fuerza tenaz de la materia.    


El pensamiento es sábana de espejos 
sin valoración  de lo acontecido;          
no sueño en la proyección en  los días...         
no hay matriz de agua en  la lluvia invernal.    

Los caminos no abren siembra en la noche,
son lisos, no tienen raíces ni barro,                
son subterráneos de agua sin embalses,        
verdor celular sin expresión.        

El aire es profundo  y cimbrea las células
gesta la herencia del melocotonero.  
En cada hilo del surco ladra un perro,    
aparece la leve luz encendida
de  una niña escondida en la alacena.  

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